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QUINQUELA MARTÍN / El alquimista

 Por NORMA ROSA TORELLO *
El pintor que reflejó como nadie el alma del puerto gris de la boca del riachuelo. El que supo capitalizar y trascender su obscuro destino cuando fue abandonado en la casa de niños expósitos.  Conocedor como ninguno  de las necesidades del pueblo, porque el fue parte de sus entrañas y sus vivencias.  Un hombre que se hizo a si mismo, con implacables convicciones, un temple de acero y una sensibilidad única. Un artista con una creatividad sin fronteras, un alquimista en el arte y en  su historia de  vida.
Benito Quinquela Martín, pintor, muralista y grabador, vino a este mundo un 1 de marzo del año 1980,  a ponerle luz y colores. No solo destacó por su genialidad artística, sino también por su enorme amor por La Boca, el barrio que lo vio crecer. Fue y será el más amado de todos los que pisaron el suelo boquense, por sus aptitudes y virtuosismo como artista y creador permanente, también por sus actitudes, plasmadas en una gran generosidad y humanismo, impronta innata en su alma, virtud o cualidad de trascendencia, una conjunción que revela un ser notable, ya que así lo demuestran sus hechos y sus obras.
Sin lugar a dudas el maestro encontró en el barrio de La Boca ¨su lugar en el mundo¨, la génesis de una vida nueva, un  lugar de pertenencia donde su arraigo fue profundo, como profunda fue su interioridad. ¨El arte, para mí, es un incontenible impulso interior que desaparece o se debilita cuando ando lejos de mis pagos… Yo sólo pinto en mi país y dentro de mi país en mi barrio, La Boca y su puerto¨Desde mi perspectiva Quinquela hizo impactantes obras pero la mejor obra que realizó tuvo origen en la sabiduría que supo implementar en su vida. Una vida cuyos  primeros paisajes tristes se fueron convirtiendo en haces de luz, que brillaban en el diamante de su alma.
Su condición de filántropo lo impulsó a comprar en La Boca, terrenos para construir una escuela para 1000 niños, un instituto odontológico modelo, un jardín de infantes, la escuela de Artes Gráficas para que los niños del barrio se instruyeran en artes y oficios, y un lactarium donde las amas de leche dieron alimento a los pequeños pobres en recursos económicos a la vez que abandonados por su familia. Sobre este particular el maestro se refirió puntualmente, expresando: “Cuanto hice y cuanto conseguí a mi barrio se lo debo. De ahí el impulso irrefrenable que inspiró mis fundaciones. Por eso a mis donaciones, no las considero como tales, sino como devoluciones. Le devolví al barrio buena parte de lo que él me hizo ganar con el arte.”
De origen hasta hoy desconocido, se conoce que nació un 1º de marzo de 1890 en Buenos Aires, ya que fue abandonado por su padres biológicos en el Hogar de niños Expósitos hasta que fue adoptado a la edad de seis años por Manuel Chinchella, un genovés que descargaba carbón en La Boca, y Justina Molina, su madre adoptiva y principal protectora, entrerriana de nacimiento y empleada doméstica. Solo cursó los dos primeros grados de la escuela primaria, y ya a la edad de 14 años comenzó a trabajar en la carbonería de la calle Magallanes 885,negocio que sus padres adoptivos abrieron por esos tiempos. Con esta notable lucidez Quinquela se refirió a sus primeros años de vida: “Créame que estoy agradecido por los sufrimientos que me deparó la suerte. Es lo que muchos no pueden comprender. Nada contribuyó tanto a hacerme artista, a permitirme imponer mi personalidad, a sustraerla de todos los desvíos capaces de debilitarla”…
 
Hasta que cumplió los quince, fue obrero portuario de La Boca; su trabajo consistía en trepar a los barcos para llenar las bolsas vacías de carbón y cargarlas en los carros. Esta actividad la completaba con la participación activa en la política de La Boca. Pegaba carteles y repartía pasquines a favor del doctor Alfredo Palacios. Entre tanto comenzó a pintar retratos de vecinos del barrio hasta que en 1907 ingresó en una modesta academia de dibujo de su barrio para estudiar pintura con Alfredo Lazzari. Desde entonces se dedicó a la pintura. El hombre que supo colorear el puerto gris de aquel entonces, Don Benito Quinquela Martín señaló con sapiencia: “¿Ve usted aquellos hombres que descargan carbón? Yo también lo hice. Yo también descargué carbón de los barcos anclados en La Boca. Mis hombros saben cómo los encorva aquella faena prolongada bajo un sol calcinante. Eso era trabajar para poder trabajar más; me empleaba como descargador una semana para poder pintar la semana subsiguiente”.
 
Fue así como en esta humilde academia, conoció a quien fuera su gran amigo, Juan de Dios Filiberto, por ese entonces, un estudiante de música con quien mantuvo una estrecha amistad. También conoció al, por entonces, director de la Academia de Bellas Artes, Pío Collivadino, que le ayudó a iniciarse en el dibujo de retratos y a incorporar el color a sus obras y a proseguir pintando temas portuarios.
Sobre su formación y los avatares de su vida por esos tiempos el célebre artista dijo: “Cuando tenía diecisiete años concurrí una temporadita a una de esas academias de barrio que enseñan baile, música, corte y confección y qué sé yo cuántas cosas más. Allí había un profesor de dibujo que me dio algunas lecciones. Esa fue mi única cultura «académica». Todo lo demás lo he aprendido solo, venciendo las mayores dificultades, en medio de circunstancias terribles”.
 
Quinquela solía frecuentar los barcos que paraban en Vuelta de Rocha, en uno de ellos, el «Hércules», se instaló con sus útiles de pintor y allí realizó varias telas.
 
El primer artículo que habló sobre la obra de Quinquela, apareció en la Revista Fray Mocho, en abril de 1916. Estaba titulado El carbonero y la firmaba Ernesto Marchese. «Una mañana opaca, en que la lluvia estaba al caer peregrinando por la Boca, nos detuvimos a contemplar un pintor que, sentado en la proa de un velero, indiferente al mareante ir y venir de un barco en descarga, pintaba. Es decir, aquello no era pintar, era un afiebrado arrojar colores y más colores sobre un cartón. En manos de nuestro hombre, el pincel iba, venía, describía giros, volvía, resolvía con amplitud majestuosa, y segura. A su paso dejaba gruesas huellas que aparecían desordenadas e incongruentes en un principio pero que bien pronto adquirirían forma y cierta concordancia, grotesca casi, para formar enseguida un cuadro de una belleza sorprendente, insospechable en un rincón gris y sucio del Riachuelo.»
 
En 1918 comenzaron sus exposiciones de arte y en 1920 obtuvo el Segundo Premio del Salón Nacional. Entre los años 1920 y 1928 deslumbró al mundo con sus Exposiciones en Río de Janeiro, Madrid, París, Nueva York, Roma, Londres, y La Habana. Respecto de sus viajes Quinquela reveló
” Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mí barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fue así como un viajero que viajaba con su barrio a cuestas. O como esos árboles trasplantados que sólo dan fruto si llevan adheridas a sus raíces la tierra en que nacieron y crecieron”.
 
Todos estos viajes lo separaban de sus padres; de ahí que rechazara una invitación a Japón para quedarse junto a ellos en el barrio argentino de La Boca y a ellos les compró la famosa casa y carbonería de la calle Magallanes 885.
Participó de la vida bohemia en fundando “La Peña” en el café “Tortoni”. Inaugurada en 1926, que fomentó la protección de las artes y las letras hasta su desaparición en 1943, y que era capitaneada por Benito Quinquela Martín. Fue una idea que Quinquela adquirió en un viaje por Francia y decidió poner en práctica en su país, donde amigos y colegas que disfrutaban de la buena conversación no disponían de un espacio adecuado para reunirse. Esta peña había nacido en el café La Cosechera (calle Perú y Avenida de Mayo) y se trasladó luego a las mesas del Tortoni. La sede de la peña, llamada Agrupación Gente de Artes y Letras, se inauguró el 24 de mayo de 1926 y realizó tareas de difusión cultural mediante conciertos, recitales, conferencias, y debates.

Entre los asistentes se encontraban, entre otros, su gran amiga, Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Juana de Ibarbourou, Arthur Rubinstein, Conrado Nalé Roxlo, Antonio Bermúdez Franco, Ricardo Viñes, Roberto Arlt, José Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges y Florencio Molina Campos. Las mesas vieron pasar figuras de la política como Lisandro de la Torre, Ernesto Palacio y Marcelo Torcuato de Alvear; figuras populares como Carlos Gardel (quien can

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