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PERIODISMO / Los rayos mediáticos y el equilibrio emocional

 

Por Gabriel Fernández *

Hace pocas horas dos producciones generaron polvareda. El programa Especial de Radio Gráfica Envenenamiento y el artículo en La Señal Medios La furia mediática y la salud psíquica de los compañeros. Vamos a calibrar las cosas y a comprender su sentido.

Durante largos años ha sido una tradición que los medios, según su lineamiento, buscaran inclinar  mediante el interlineado la opinión de los lectores (oyentes, televidentes). Un juego más o menos admitido se asentaba sobre la admisión de los hechos y, a partir de allí, una interpretación habitualmente distorsionada por espacios económicamente poderosos.

En la década previa, la esgrima ha derivado en la mentira directa y sencilla: se habló de crisis de seguridad en uno de los países más seguros del planeta, con un movimiento social que evitó, en su misma configuración, la existencia de maras masivas y delictivas. Se colocó en pantalla a ostensibles corruptos para lanzar calumnias sobre personas políticamente distantes. Se obturaron datos positivos de la realidad para mostrar un panorama oscuro.

A lo largo de estos dos años recientes, se aseveró que la figura “trabajadores despedidos” debía equilibrarse en “ñoquis”. Se indicó que la caída económica desindustrializadora en verdad equivalía a “brotes verdes”. Se dijo que Irán, el Isis y Hezbollah participaron del atentado a la AMIA. Se “informó” y se celebró una victoria electoral que correspondía al presunto derrotado.

Es decir, sin recurrir a la delicadeza interpretativa tradicional que difuminaba los hechos, los grandes medios han puesto títulos de trazo grueso en los cuales se señalaba sin fundamento que aquello visiblemente blanco resultaba, qué duda, en profundamente negro. Hay más, y sigue hasta la actualidad.

Cuando observamos el cenit de estas campañas nos preguntamos por la distorsión mental que semejante situación podía generar en la población. Empezamos a reflexionar: carece de sentido orientarse por esos parámetros. Se nos respondió que había que ver, leer, mirar los medios monopólicos para saber lo que piensa el enemigo y obrar en consecuencia. Además, más sólido aún, se nos precisó que eso servía para dialogar con el público creyente.

Ese viejo aserto del campo nacional popular y franjas críticas suena razonable. Pero el problema se extendió con firmeza cuando percibimos que estos mismos compañeros creían en lo difundido. Ni lo analizaban ni lo refutaban: lo creían. Quien rechazaba los disparates sobre la seguridad pasaba a ser un negador. Quien señalaba Los Corruptos Son Ellos quería ocultar algunos bolsos. Quien advertía que faltaba contabilizar votos, era un optimista vacuo que no admitía la caída.

Ese problema ya está golpeando fuerte el ánimo y la psiquis de los mismos que dicen y anhelan oponerse al modelo oligárquico en curso. Pues si creen que las cosas van bien y que el pueblo respalda al macrismo, si piensan que rechazar ese cuadro implica ser negador, ¿para qué desarrollar una acción política contrastante? En vez de quebrar a la militancia mediante  la tortura, logran un objetivo semejante a través de webs, diarios, canales y emisoras.

Así, nos permitimos romper aquél aserto popular de saber qué dice el adversario y recomendar, en consecuencia, tomar determinaciones personales que impliquen dejar de lado el hostigamiento mediático que envenena y enferma. El dato es perceptible: a diario padecemos la angustia de compañeros que se comunican o se acercan desencajados señalando “pero viste lo que están diciendo” o “fijate lo que están pasando en…” o “che ¿será verdad que lo pescaron a fulano robando …”.

Si se tratara de modalidades interpretativas diversas (volvé Mariano Grondona, te extrañamos) estaríamos dispuestos –lo hemos hecho- a dar batalla conceptual en esa dirección. Pero como enfrentamos mentiras lisas y llanas, en cuya formulación no aparece el criterio de verdad, nos permitimos sugerir a cada persona que busque otros rumbos informativos y evite convertirse en un paciente psiquiátrico inducido.

Aunque las respuestas hondas son colectivas, las determinaciones de consumo resultan personales. El compañero tiene derecho a recibir buena información y a sentir placer, en vez de irritación, al receptar medios. De nada sirve a la causa nacional popular una continua amargura que deriva en impotencia al escuchar y leer bombas informativas asentadas en el vacío con el argumento de conocer el pensamiento liberal conservador.

Es claro que por un reflejo profesional quienes trabajamos en los medios necesitamos estar informados sobre el parecer de otros lugares periodísticos. Es parte del oficio, y al recibir las claves de protagonistas directos y fuentes seguras podemos licuar el efecto. Pero el hombre y la mujer de pueblo no tienen porqué admitir sin anverso una catarata de gritos, imputaciones, insultos y datos equívocos que no se ligan con su realidad cotidiana.

Terminan, en muchos casos, creyendo en la versión oficial. Y mientras levantan el cartel que dice “Clarín miente”, se constituyen en reproductores involuntarios de las macanas que ese emblema necesita difundir.

Hay tantos ejemplos de interés. Los Cuadernos de Forja, por caso, mucho más modestos en su expansión que nuestros medios actuales, en comparación con lo que representaban La Nación y La Prensa en los años 40, dieron en el clavo al punto de promover un ideario que sigue orientando la política nacional popular  en la actualidad. Ni Arturo Jauretche ni, años después, Rodolfo Walsh, los mayores best sellers del periodismo político en la Argentina, escribieron en un medio “grande”.

El periodismo, nuestra vida, no modifica la realidad de fondo. Esa es tarea de todo un pueblo. La decisión individual de cambiar el canal, recorrer el dial y bucear en internet puede contribuir a mejorar el estado de salud mental de quienes bregan a diario por un país mejor. Dejar de lado a los envenenadores sería, quizás, el modo de canalizar energía en debatir una agenda que rasque donde pica en vez de gastarla absorbiendo “noticias” que carecen de pies, y sobre todo, de cabeza.

(*) Área Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal

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