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Nos duele Santiago, nos golpea la historia…

Por HÉCTOR AMICHETTI  (Federación Gráfica Bonaerense / Corriente Federal de Trabajadores)

Angustia, bronca y al mismo tiempo unos ojos que nos miran reclamando conciencia y compromiso

¿Qué preocupa más a un gobierno de concepción oligárquica?.

¿Atender los reclamos de una humilde comunidad indígena o proteger la propiedad de los terratenientes y llevar «paz» a una región en la que inversores extranjeros proyectan buenos negocios con la explotación de nuestros recursos naturales?.

Santiago Maldonado es una nueva víctima de la gran preocupación que el poder pone en la protección de sus privilegios.

Gendarmes, policías uniformados y de civil, militares, paramilitares, al servicio de ese orden añejamente establecido.

Sólo el Peronismo lo desafió con relativo éxito y eso explica el retrógrado golpe del ’55 y, desde entonces hasta ahora, una confrontación con muy poca tregua (’73 al ’76; 2003 al 2015), el resto fue pueblo contra gobiernos militares, o gobiernos civiles condicionados o directamente manejados por las grandes corporaciones económicas y su sistema neo-criminal.

Santiago revive viejas heridas en un pueblo que, cuando creía haberlas dejado definitivamente atrás, vuelve a reabrirlas.

A Felipe Vallese lo secuestró la policía bonaerense y nunca más apareció. En ese tiempo Guido era el presidente de facto y Alvaro Alsogaray su ministro de economía.

Hace unos meses recordábamos en el Congreso de la Nación el cierre de los ingenios azucareros en Tucumán. Conversando con el hermano de Atilio Santillán, entrañable dirigente de la FOTIA, me decía que el policía que asesinó a Hilda Guerrero de Molina en la manifestaciones de enero del ’67 en Bella Vista, nunca fue condenado. El lo reconoce, estuvo en aquella dolorosa jornada.

Gobernaba el dictador Onganía y su ministro de economía era Adalbert Krieger Vasena, el que gestionó el ingreso de Argentina al FMI tras el derrocamiento de Perón.

Con Onganía reinaban los monopolios y el ajuste, entre otros lugares, llegó a la universidad.

En aquel ’69 del «abajo que se mueve», la policía correntina asesinó a Juan José Cabral y la policía rosarina a Adolfo Bello y a Luis Alberto Blanco.

Blanco tenía 15 años, estudiaba en el secundario y era aprendíz metalúrgico, la policía lo baleó por la espalda.

A Emilio Jauregui lo emboscó un patrullero, sus ocupantes descendieron y lo fusilaron. Fue en el centro porteño durante una marcha en repudio a la visita de Nelson Rockefeller.

Emilio era muy joven, dirigía el Sindicato de Prensa e integraba la CGT de los Argentinos. Los compañeros le dieron el último adiós en el primer piso de nuestra Federación Gráfica Bonaerense.

Otra dictadura, la que perpetró el más atroz genocidio de toda nuestra historia, se despidió con dos ejecuciones.

El 30 de marzo de 1982, cuando la CGT convocaba por «Paz, Pan y Trabajo», un camión de Gendarmería arremetió contra un grupo de manifestantes en Mendoza. Varios gendarmes comenzaron a disparar. primero fueron tiros al aire, luego hacia el piso, las balas rebotaron y acabaron con la vida del compañero Benedicto Ortíz, dirigente de los obreros mineros.

Conducía el país el dictador Galtieri, que en esos días había iniciado la irresponsable aventura de Malvinas, su ministro de economía era Roberto Alemann.

Antes de finalizar ese mismo año hubo protesta en Plaza de Mayo; en la esquina del Cabildo se detuvo un Ford Falcon y bajaron 4 policías de civil, uno de ellos, vestido con camisa mangas cortas verde a cuadros, asesinó por la espalda al obrero metalúrgico Dalmiro Flores. «Moríte peronista hijo de puta» fueron las palabras del policía ante el joven agonizante. Hubo testimonios del crimen, se supo el número de la chapa patente del Falcon (C-850276). Nunca se investigó. No hubo condena.

Fueron gobiernos civiles los que hicieron estallar el país en tiempos de democracia. Endeudamiento externo, concentración económica, ajustes y privatizaciones, un presidente huyendo en avión y Domingo Cavallo como ministro de economía.

La economía del neoliberalismo convertida en arma criminal.

Desocupación, pobreza, hambre inocultable en las puertas de los supermercados. Más de 40 argentinos cayeron bajo el fuego de las fuerzas de inseguridad entre el 19 y 20 de diciembre de 2001.

David Romero tenía 13 años y estaba con muchas otras familias cerca de un supermercado cuando lo mató la policía cordobesa.

Rosa Paniagua también tenía 13 años y acompañaba a su padre a buscar algo de comida en un mercado de Paraná. Su vida acabó cuando un disparo policial impactó en su cabeza.

En circunstancias parecidas la policía correntina asesinó a Ramón Aspiri, la de Cipolleti a Elvira Abacay la de Santa Fe a Graciela Acosta.

Claudio Lepratti caía en Rosario poniendo el pecho solidario para proteger a sus queridos niños.

Jorge Cárdenas se desangraba en las escalinatas del Congreso, Rubén Aredes en Ciudad Oculta con 4 tiros en su espalda y en Tucumán, frente a un supermercado, un gendarme le disparaba un tiro en la cabeza a Luis Fernández.

Mientras el presidente huía y su Secretario de Seguridad bendecía la represión, los policías disparaban a mansalva en pleno centro de la ciudad. Gastón Riva caía de su moto con un disparo en el pecho, Carlos Almirón era asesinado en la 9 de Julio y Avenida de Mayo y un malón de policías civiles y militares descendían de una camioneta disparando indiscriminadamente en las cercanías de Plaza de mayo.

De esa lluvia de balas, dos entraron en el tórax de Alberto Márquez para acabar con su vida.

Víctor Choque, Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Carlos Fuentealba, los fusilados de Trelew, todos y cada uno de los 30.000 detenidos-desaparecidos,
y una lista que se hace interminable de voces silenciadas y cuerpos derribados por reclamar una sociedad más justa.

Semanas, años, décadas de combatirlos y Cavallo elogia las políticas económicas que aplica el gobierno de Macri.

El poder sigue estando en el mismo lugar.

Alvaro Alsogaray, Krieger Vasena, Martínez de Hoz, Roberto Alemann, Domingo Felipe Cavallo, militares, policías, gendarmes y un orden que no debe ser subvertido.

Hoy nos duele Santiago y ese dolor no puede ser sólo bronca e indignación, debe convertirse en pura conciencia y duro compromiso

Hay una Justicia que tiene que caer sobre los gendarmes asesinos, sobre el gobierno que los ampara y el Estado responsable. Tal vez llegue pronto, tal vez no.

Pero hay otra Justicia que debemos construir inexorablemente entre todos nosotros y nosotras porque jamás la va a garantizar el sistema: es la Justicia del Poder del Pueblo.

Si sabemos que aquí y en todo el mundo, ahora y en todos los tiempos, el proyecto de la oligarquía es criminal, también comprenderemos la urgencia de apurar aquel postergado augurio de que la raza miserable y explotadora de los privilegiados desaparezca de una vez y para siempre de la faz de la tierra.

Los momentos que parecen ser más críticos en la historia, los hechos que aparecen como más dolorosos, suelen abrir caminos más firmes para el transitar de los pueblos y, como bien decía nuestra querida e inolvidable compañera Evita, hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos.

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