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Su mensaje…

 

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Por HÉCTOR AMICHETTI*

Dicen que se nos fue un 26 de julio y que era un día sábado por la noche.

Yo todavía no lo creo, porque esa mujer es eterna, es de esos seres que aunque se anuncie su muerte, siguen vivos.

Mientras secuestran, esconden y exilian su cuerpo, su alma se les ríe.

Por eso y aunque no la veíamos, caminó con nosotros en cada movilización callejera contra la infamia macrista.

Allí estuvo, eufórica, enarbolando bandera junto sus hermanos y hermanas, los obreros y obreras frente al Congreso el día en que los amarillos se atragantaron con la reforma laboral.

Poniendo el pecho en la primera fila de protestas aquel día de salvaje represión en que se arrebataban los derechos de sus queridos jubilados y pensionados.

Anduvo venteando brasas casa por casa, recorriendo barrios y visitando fábricas y sindicatos hasta encender el fuego que despertó a dormidos y resignados.

Extendió sus brazos hacia ambos lados de su frágil cuerpo para unir a los hombres y mujeres de su amado pueblo y construir el muro necesario para frenar el avance destructivo de la anti-patria.

Y festejó feliz aquel 27 de octubre con la satisfacción de la tarea cumplida.

Porque Evita ya no era un ser individual desde los días más felices, cuando sintió lo lindo que era vivir con el pueblo, sentirlo de cerca, sufrir sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón.

Porque ella simplemente decidió encarnarse en el pueblo, hacerse una sola carne con él.

Y por ser pueblo es que siempre andará entre nosotros y nosotras, con su carácter firme, sincero y valiente cantando la justa.

Sacudiéndonos con sus mensajes para despabilarnos cada vez que haga falta.

Insistirá con su desprecio por las abominables oligarquías nacionales que se entregan a veces vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos.

Nos explicará que la razón por la que hay más de 17 millones de compatriotas que sufren la pobreza es porque un puñado de millonarios se llevaron en muy pocos años 86.000 millones de dólares fuera del país.

Con voz firme y enronquecida sacudirá la conciencia de los descamisados para que entiendan que el esfuerzo del trabajo y la riqueza de la patria ha ido a parar a las guaridas asquerosas que ahora llaman «paraísos fiscales».

Nos hablará de las 50 familias más ricas del país y exclamará con bronca que esos 46.000 millones de dólares que acumulan como fortunas personales, salieron del esfuerzo de la clase trabajadora.

Repetirá que la semilla del egoísmo que ellos llevan en la sangre los convierte inevitablemente en enemigos del pueblo.

Definirá con claridad que la maldita raza de los oligarcas nos explota ahora con la fineza de las trampas financieras intentando despersonalizar su perversa conducta.

Nos pedirá patriotismo, reclamará que seamos de los fanáticos idealistas que no se entregan e insistirá con que el fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas.

Alentará los combates que sí o sí habrá que dar contra las insensibles Corporaciones que aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no tiene corazón.

Dirá que son fríos como culebras a las que debemos quemar con el fuego de nuestra militancia.

Insistirá en que son ellos o somos nosotros y que nuestra sagrada misión es aplastarlos si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos, si no queremos que vuelva a caer la noche sobre su victoria.

Y terminada la cuarentena nos reunirá en una monumental asamblea para decirnos con absoluta simpleza que no hay nada que sea más fuerte que un pueblo cuando se decide a ser justo, libre y soberano.

Aunque aseguren que Evita murió en el anochecer de un sábado 26 de julio, nosotros lo seguiremos desmintiendo.

Porque ella vive en el pueblo argentino y junto a Perón ilumina el camino a seguir.

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