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La primera mujer sindicalista rural que hace temblar Misiones

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Ana Cubilla es Secretaria General del Sindicato Único de Obreros Rurales (SUOR) de Misiones, el gremio alternativo al monopólico UATRE del Momo Venegas. Vino a Buenos Aires a reunirse con el ministro Etchevehere, pero no la dejaron hablar. Las peripecias de una mujer dispuesta a enfrentarlo todo.

Por TALI GOLDMAN 

“Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”, es una máxima trillada pero se vuelve real cuando se observa el contingente de misioneros y correntinos que desembarcó el lunes 19 de marzo en la Capital Federal para asistir en el ministerio de Agroindustria a una reunión de “competitividad de la cadena de yerba mate” con el ministro Luis Miguel Etchevehere.

En varias mesas dispuestas en U se sentaron alrededor de cuarenta varones para debatir sobre la problemática del sector: desde funcionarios provinciales, referentes de entidades rurales, cámaras empresarias de toda la cadena de la industria, hasta referentes de los sindicatos. Había dueños de grandes latifundios, también pequeños y medianos o empresarios vinculados a la cadena de productividad de la yerba. Todos varones. Pero en esa maraña de trajes y corbatas, una mujer se hizo lugar—literalmente hablando, porque tuvo que sortear a varios varones diciéndoles que se corrieran de silla—. Se trata de Ana Cubilla, Secretaria General del Sindicato Único de Obreros Rurales (SUOR) de la provincia de Misiones—dentro de la CGT—, un sindicato que nace como alternativa al monopólico UATRE, que hasta hace poco comandaba el polémico Gerónimo “Momo” Venegas.

Ana es la primera mujer sindicalista en el sector agrario, específicamente de los yerbateros y es parte de Mujeres Sindicalistas de la Corriente Federal de los Trabajadores. Desde que llegó, puso patas para arriba a una provincia que estaba acostumbrada a mantener la sumisión de los trabajadores que viven en condiciones de esclavitud.

Por caso, en la última semana, fue noticia en Misiones porque por primera vez se puso en discusión la forma de pago de los 20 mil tareferos de toda la provincia, uno de los sectores más postergados del mundo del trabajo. Por primera vez en la actividad yerbatera el precio de la yerba mate incluirá al salario del obrero rural. Actualmente, el precio lo definen los productores sin considerar la mano de obra.

El tarefero, que es el que realiza la tarea de extracción de la hoja en forma manual, no existe en la ecuación económica de la actividad. Su remuneración quedaba al arbitrio del productor, de la buena o mala voluntad del dueño de la plantación. Una situación injusta, irracional, e insostenible en un país donde todos los trabajadores tienen la efectiva tutela estatal de sus derechos al amparo de la Constitución Nacional, convenios suscriptos por nuestro país con la OIT y toda la legislación laboral”, explica a LATFEM esta mujer de 48 años que vive en un pueblo llamado Andresito, en la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Un pueblo de 22 mil habitantes, en el que vive hace un par de años, cuando decidió dejar Buenos Aires para dedicar su vida a los trabajadores más explotados.

Ana sabe lo que es la explotación, la vivió ella, la vivió su padre, un campesino de otro paraje de Misiones que ni siquiera está en el mapa. Por eso, cuando en 2012 la echaron de la semillera en la que trabajaba en la provincia de Buenos Aires sin motivo, decidió pelear por su reincorporación y sin saberlo, empezó una maratónica carrera que la consagró como secretaria general de un gremio que se enfrenta no sólo a todos los poderes fácticos de la provincia, sino a un gremio anquilosado y cómplice de las miserias de los trabajadores como lo es la UATRE. Ana sufre constantes amenazas y amedrentamientos, pero nada la detiene. Y sabe que siendo mujer es aún más difícil. Nadie en esos pagos está acostumbrado a ver a una mujer que se enfrente, pelee, corte rutas, se meta de prepo en reuniones en donde siempre suelen ir los mismos, los varones de la oligarquía nacional. Y sobre todo, que reivindique el rol de la mujer trabajadora, que en el mundo de los tareferos es de alrededor de un 40%.

“Las mujeres somos las más precarizadas. Si en el sector agrario la precariedad, la informalidad, el trabajo en negro y el trabajo infantil es algo que conoce todo el mundo, el trabajo de las mujeres es peor. Porque en la mayoría de los casos tenemos que llevar a nuestros hijos a trabajar junto con nosotras, porque no tenemos una guardería y somos el 50% jefas de familia”, explica.

Pero en el ministerio de Agroindustria el último lunes, no hubo tiempo para su intervención. La reunión duraba una hora y media y se colmó con los discursos de todos los varones.

“Por lo menos me pude sentar en la mesa”, dice Ana a modo de chiste al finalizar el encuentro. Y es que el contraste es casi caricaturesco. Ana y Etchevehere sentados en la misma mesa. Ana, que todos los días convive con las peores miserias humanas, la de las familias enteras explotadas, viviendo en condiciones infrahumanas, con el ministro que acaba de estar envuelto en una polémica por haber cobrado un bono de 500 mil pesos de la entidad que hace poco presidía, la Sociedad Rural.

Ana va ahí, con sus alpargatas y su camperita de jean rosa, con sus rasgos marcados y sus manos curtidas, de tanto deschalar maíz. Pero ella es como un torbellino, dispuesta a todo, en uno de los lugares más recónditos del país, donde la señal del celular muchas veces no llega, pero que sabe que, de a poco, está logrando cambiar el statu quo de una provincia pero sobre todo, le está cambiando la cara al sindicalismo burocrático.

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