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Género con clase: Feminismo y clase obrera

Eva Perón

 

Por Claudia Lazzaro*

Los movimientos feministas y sufragistas, en sus orígenes, estuvieron dirigidos por mujeres de procedencia burguesa. A pesar de que los planteamientos feministas eran interclasistas, sus ideas no lograron penetrar ampliamente en los ambientes obreros. Ni feministas ni sufragistas consiguieron nunca movilizar ampliamente a las mujeres trabajadoras, debido a sus propios límites. Se trataba de un feminismo burgués que luchaba por derechos y libertades civiles individuales, que no ponía en discusión el modelo económico y político, es decir, sin ir a fondo contra un sistema de opresión de las mayorías en el cual las libertades individuales son inseparables del sistema de producción y, en consecuencia, el modelo político-social que deriva del mismo.

Los propios ideólogos del primer movimiento obrero, en la primera mitad del siglo XIX, mantuvieron posturas contradictorias respecto a la igualdad de derechos de la mujer. Flora Tristán, militante socialista y feminista francesa, desde La Unión Obrera en 1843 afirmaba:

A vosotros, obreros que sois las víctimas de la desigualdad de
hecho y de la injusticia, a vosotros os toca establecer al fin
sobre la tierra el reino de la justicia y de la igualdad absoluta
entre la mujer y el hombre. Dad un gran ejemplo al mundo
[…] y mientras reclamáis la justicia para vosotros, demostrad
que sois justos, equitativos; proclamad, vosotros, los hombres fuertes,
los hombres de brazos desnudos, que reconocéis
a la mujer como a vuestra igual, y que, a este título, le reconocéis
un derecho igual a los beneficios de la unión universal
de los obreros y obreras (Ranea Triviño, 2019).

Esta posición contrasta con la de Pierre-Joseph Proudhon, que en su libro Pornocracia de 1875 expresaba:

Digo que el reinado de una mujer está en la familia, que la
esfera de su irradiación es el domicilio conyugal, que de esta
suerte al hombre, en quien la mujer debe amar no la belleza,
sino la fuerza, desarrollara su dignidad, su individualidad, su
carácter, su heroísmo y su justicia (Proudhon, 1995).

Por el contrario, uno de los primeros teóricos en vincular la lucha feminista con la lucha obrera fue el fundador del Partido Socialdemócrata Alemán, August Bebel, con su libro La mujer y el socialismo de 1879: “La mujer de la nueva sociedad será plenamente independiente en lo social y lo económico, no estará sometida lo más mínimo a ninguna dominación ni explotación, se enfrentará al hombre como persona libre, igual y dueña de su destino” (Babel, 2018).

Todo ese siglo XIX de luchas populares, obreras y feministas en el viejo continente no podrían no articularse con la historia de lucha de Nuestramérica en los siglos venideros. En particular, Argentina ha tenido mujeres que marcaron el rumbo en su emancipación política, económica y personal, incluso con un notable alcance colectivo.

Durante más de trescientos años, nuestro suelo ha sido escenario de lucha y organización popular. En tiempos de profundas crisis del sistema económico y político, donde las grandes potencias imperiales se enfrentaban en Guerras Mundiales, en Nuestramérica una y otra vez se levantaban poderosos movimientos populares convencidos de construir un nuevo sistema, sin opresión, hambre e injusticias.

Eso es así desde los orígenes de la lucha por la independencia y la justicia en suelo americano. Las mujeres han sido protagonistas silenciadas de las Revoluciones Independentistas del siglo XIX, con sus heroínas (Micaela Bastidas, María Remedios del Valle, Leona Vicario, entre otras); San Martín y las Granaderas; Martín Miguel de Güemes, “Macacha” Güemes y Juana Azurduy; Simón Bolívar y Manuela Sáenz, Artigas, las montoneras, las caudillas (Martina Chapanay y Victoria Peñaloza, entre otras decenas).

A su vez, en el siglo siguiente, las mujeres siguieron siendo protagonistas de la vida política y social del continente, desde la Revolución Mexicana (Carmen Alanis, Juana Gutiérrez, entre otras), pasando por los gobiernos nacional-populares de José Batlle en Uruguay, Arturo Alessandri en Chile, Getulio Vargas en Brasil, Juan Perón en Argentina, por Víctor Paz Estenssoro en la Bolivia de 1952, y Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala; la victoriosa Revolución Cubana de 1959 (Vilma Espín, Haydee Santamaría y Celia Sánchez, entre otras) y su notable
influencia en el ciclo de lucha regional, Joao Goulart y Allende, el Farabundo Martí y los Sandinistas, el gobierno de Cámpora y el retorno de Perón; el Cordobazo, el Rosariazo, la resistencia al Plan Cóndor y sus Dictaduras militares, la democracia reconquistada en los ochenta y el ciclo de luchas nuevamente abierto desde 1999 tras la victoria de Hugo Chávez en Venezuela.

En toda esa historia de nuestros pueblos las mujeres obraron de una manera fundamental, a pesar de que en la historia oficial se las invisibilice. Por eso el feminismo en Nuestramérica adquiere características muy particulares. En palabras de Ana Laura de Giorgi (2017):

Esta experiencia era la de la lucha, el combate, la revolución,
la capacidad de subversión de las mujeres, en un continente
colonizado, violentado y empobrecido. Las referentes latinoamericanas
no eran tanto las sufragistas sino las que pertenecían
a una generación más reciente, luchadoras, presas,
exiliadas, guerrilleras, madres de desaparecidos, indígenas
desplazadas, sindicalistas, figuras en las que el feminismo se
inspiraba para realizar su nueva revolución que no era solo
la de las mujeres sino la de todos los oprimidos en general.
Así, a pesar del sisterhood is global, muchas rechazaron una
hermandad que podía invisibilizar y neutralizar un objetivo
de transformación estructural.

En el caso particular de nuestro país, Eva Perón, por lejos la mujer más importante de la historia política argentina del siglo XX, refiriéndose a este período de luchas afirmaba que su tiempo y el que vendría sería el siglo del feminismo victorioso.

En la historia de nuestro país existe un reconocimiento popular unánime a Evita. Sin embargo, algunos han intentado opacar y desteñir su imagen de luchadora. Incluso no falta algún trasnochado que, bien o mal intencionado, solo la mencione como “la esposa de…”.

Vale afirmar, entonces, que Eva Perón realizó una tarea decisiva para el reconocimiento de la igualdad de derechos políticos y civiles entre hombres y mujeres, impulsando el sufragio femenino y la creación de una expresión política para las mujeres: el Partido Peronista Femenino.

El 11 de noviembre de 1951 se realizaron en Argentina elecciones donde por primera vez participaban las mujeres. De ese proceso electoral, a su vez, resultaron electas 23 diputadas nacionales y 6 senadoras nacionales.

“Evita”, incluso, fue mucho más que la icónica “abanderada de los humildes”. El odio de las clases dominantes y la acartonada política argentina permanentemente intentaron enterrar esta historia. Eva Perón fue la figura de su proyecto político con más relación entre los trabajadores y los sindicatos, siendo la articuladora directa entre Perón y la clase obrera, lo que le permitió construir una notable posición de poder dentro del gobierno popular.

Pocas veces valorada en ese rol, Evita ejerció el poder y, en particular, el poder de negociación del proyecto político con los sindicatos. Desde ese rol, ella es una protagonista del desarrollo de la clase obrera argentina, de su organización, su programa y su radicalidad (*).

A su vez, ella cristaliza en la historia política argentina una idea central: Desde Evita para acá, de una vez y para siempre, las mujeres somos sujetas de la política.

En el artículo 37 de la Constitución de 1949 se reconoció la igualdad jurídica entre la mujer y el hombre, la igualdad ante el matrimonio y la patria potestad compartida por sobre los hijos.

El golpe cívico-militar de 1955, que derrocó al peronismo, bien a su ideario reaccionario, derogó esa nueva constitución con una fuerte impronta de justicia social, y las mujeres argentinas permanecieron en un vacío jurídico, que implicaba la legitimación, en la práctica, de una fuerte discriminación hacia las mujeres. Solo como ejemplo, las mujeres estuvieron desprotegidas en cuanto a los derechos sobre sus hijos hasta 1985, cuando se sancionó una nueva ley de patria potestad compartida.

En otras palabras, las clases dominantes argentinas desde 1955 no solo ejercieron una proscripción social sobre el movimiento obrero, y política, sobre el peronismo; las clases dominantes también proscribieron la plena participación económica, política y social de las mujeres.

En el siglo XXI, con el mencionado ascenso popular inaugurado con Chávez en 1999, las mujeres volverían a tener condiciones para emerger a la luz como protagonistas en la arena política.

Lula Da Silva llegaría al gobierno de Brasil en 2002, Néstor Kirchner en la Argentina de 2003, Tabaré Vázquez en el Uruguay de 2005, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador durante el 2006. Luego vendría Lugo en Paraguay, el retorno de los Sandinistas al gobierno de Nicaragua y el Farabundo Martí al Salvador, empujando un ciclo de ascenso de las luchas populares en todos y cada uno de los países de la región.

En Argentina, el movimiento nacional y popular, bajo las banderas del peronismo, volvería a poner en el centro de la escena política a una mujer. Esta mujer no sería una figura menor en la arquitectura del poder de un proyecto político. Esta vez, una mujer ejercerá dos veces en forma consecutiva la presidencia de la Nación y, tras la muerte de Néstor Kirchner en 2009, será la figura central no solo del kirchnerismo, sino de la política argentina.
Estamos hablando de Cristina Fernández.

Las mujeres dentro de este periodo fuimos destinatarias de una parte importante de las políticas públicas. Quizás una de las medidas más igualadoras ha sido el reconocimiento al trabajo no remunerado que hacemos las mujeres, durante años, administrando las tareas de cuidado y mantenimiento de la economía hogareña. Se instaló una política de seguridad social tan notable que permitió la jubilación de las amas de casa, trabajadoras invisibilizadas durante siglos de explotación capitalista y machista.

La entonces presidenta Cristina Fernández impulsó esa política, quizás haciéndose eco de esa frase de Silvia Federicci: “Eso que llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no pago”.

Fue una política pública que vino a saldar una deuda con las mujeres que durante años han trabajado sin poder tener ningún beneficio social en su vejez.

Lamentablemente, el gobierno neoliberal de Mauricio Macri tiraría por la borda este derecho, volviendo a poner a las mujeres en su posición de relegada familiar y social.

Una vez más, en tiempos de profunda reacción política, la figuras femenina y política de Cristina Fernández, como la de Eva Perón en el pasado, ha sido cuestionada por ejercer el poder en beneficio de la clase obrera y las mujeres.

En tal sentido, resulta relevante la andanada de críticas que la prensa de la derecha destinó a programas de empoderamiento económico, político y social de las mujeres. Tal es el caso del programa “Ellas hacen”, destinado a mujeres de las barriadas pobres como herramienta de organización desde la economía social y popular.

Ante eso, resulta central la reflexión de Vanesa Siley, secretaria general del Sindicato de Trabajadores Judiciales, SITRAJU, referente nacional del movimiento de “Mujeres Sindicalistas” y diputada nacional por el kirchnerismo: “Si las mujeres estamos presentes en los gremios es mejor para todos. Cuando una mujer avanza ningún hombre retrocede, sino que crece la organización”.

Los nietos y nietas de la oligarquía de los años 30, hoy gobiernan y pretenden hacernos retroceder en la historia. A más de 100 años de la creación del Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, solo basta decir que las mujeres trabajadoras hemos sido las artífices del primer paro general a Mauricio Macri y a su gobierno neoliberal.

El día 19 de octubre de 2016, mujeres de todo el país iniciamos un histórico paro nacional de una hora en contra de la violencia de género y los femicidios, como paso previo a una movilización que se realizó en la ciudad de Buenos Aires y en el resto del país bajo la extendida consigna “Ni una menos”, para poner en estado público un debate sobre los femicidios y sobre las injusticias económicas que sufren las mujeres (La Nación, 2016).

No por casualidad, entonces, en este marco de resistencia a esta etapa oscura del país, cuando los derechos adquiridos y conquistados fueron deteriorados y avasallados, nacieron las “Mujeres Sindicalistas”, con la fuerza del saldo organizativo de la década anterior de avanzada de los movimientos populares y sus gobiernos. El espacio está ligado también al nacimiento de la Corriente Federal de Trabajadores, una corriente interna de la Confederación General del Trabajo, CGT, la central sindical más grande de Argentina, pero que también articula un programa común con compañeras sindicalistas de la Central de Trabajadores de Argentina, CTA.

Ya entrado el siglo XXI, las mujeres decidimos hacernos visibles, unirnos y constituirnos como un bastión de lucha y resistencia en el marco del Movimiento Sindical Argentino.

A partir de un primer encuentro nacional, en septiembre de 2016, las mujeres tomamos la decisión de que con nuestra visibilización fortaleceremos nuestros sindicatos y al conjunto de la clase obrera, al tiempo que modelamos otra manera de hacer política y de construir poder popular.

Desde esa fecha no nos hemos detenido. En 2017, celebramos nuestro segundo encuentro, e incorporamos, por primera vez en la historia de los programas del movimiento obrero argentino, un punto que habla sobre nosotras.

De esa manera, las Mujeres Sindicalistas incorporamos el “Punto 27” al Programa político de la Corriente Federal de Trabajadores (Sindical Federal, 2017):

“Vivas, libres e iguales nos queremos”

Se requieren políticas de los tres poderes del Estado destinadas a:

1. Eliminar todo tipo de modalidad de violencia, tanto simbólica como física hacia la mujer y

2. Eliminar cualquier motivo que obstaculice o discrimine a la mujer en el ámbito social, económico, laboral, cultural, comunicacional, sindical y/o político. Abordar la prevención y concientización social en ambos aspectos.

Considerando desde un sentido transversal a la perspectiva de género, este programa en su totalidad será siempre entendido, interpretado y aplicado con dicha visión.

En el cierre de ese encuentro participó Cristina Fernández diciendo:

Pocas veces se condensa, en un mismo espacio y a un mismo
tiempo y en las mismas personas, dos colectivos tan poderosos,
por un lado el colectivo de la mujer, que desde el “ni una
menos” ha cambiado la historia de las mujeres, y el de las
trabajadoras organizadas sindicalmente (Goldman, 2017).

Esa idea sintetiza la fuerza que las luchas obreras tienen cuando se articulan con las luchas feministas. Es el “género con clase” del que hablaba Hugo Chávez en Venezuela, y que en Argentina y el continente se ha materializado en una lucha que empoderó a las mujeres de la región, como parte de un enfrentamiento contra el neoliberalismo por parte de todos los sectores populares. Chávez decía que:

El socialismo del siglo XXI es antimachista. Admiro a la mujer
y su lucha y su batalla, y llamo a los hombres de Venezuela a que
desterremos para siempre el machismo de esta tierra,
para que algún día declaremos a Venezuela territorio libre de
machismo (Telesur, 2014).

En el año 2018, el movimiento de mujeres terminó de consolidar su representación masiva con una militancia que ya venía en crecimiento. Este año, el movimiento de mujeres explotó en convocatorias callejeras y en convencimiento militante, poniendo al feminismo como un debate central en la agenda pública.

En ese contexto, el espacio de Mujeres Sindicalistas también continuó con su crecimiento y consolidación, con una maduración de su propuesta y de unidad en un escenario donde conviven diversas miradas feministas. Contando con la participación de gran heterogeneidad de gremios tales como las distintas vertientes de la Confederación General del Trabajo (CGT), la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT), CTA Autónoma, CTA de los Trabajadores y más.

Esta construcción colectiva, horizontal y feminista dentro del sindicalismo viene a aportar toda una agenda de reivindicaciones para el conjunto de la clase trabajadora. Más de un sindicato ha incorporado al reclamo temas como las licencias compartidas o de cuidado, la violencia de género, la segregación ocupacional y las brechas de salario.

La historia latinoamericana y argentina nos muestran que nuestros feminismos no han sido parte de las apariencias democráticas de las clases dominantes. Día a día, todos los días, miles de mujeres están construyendo un feminismo popular, que apuesta por la liberación de nuestros Pueblos.

Las mujeres sindicalistas creemos que cuando el feminismo se articula a la lucha obrera y popular, se cae el oportunismo de la derecha, que en más de una ocasión ha usado el reclamo de mujeres como “máscara” para legitimar la sociedad de consumo que promueve este capitalismo globalizado.

Por eso, en las banderas del sindicalismo feminista también hemos incorporado temas como la flexibilización y la informalidad laboral. Las mujeres sindicalistas, en nuestra articulación transversal dentro del movimiento obrero organizado, impulsamos una estrategia de fortalecimiento de la organización obrera y popular en un contexto donde los sectores dominantes impulsan un duro intento de restauración neoliberal para toda la región.

Entendiendo a esto último como un enorme y verdadero peligro, el movimiento de mujeres impulsa una creciente unidad de acción y de concepción para derrotar esta ofensiva de los sectores del capital por sobre los sectores del trabajo.

En pleno siglo XXI, las brechas de género en el trabajo, o inequidades laborales, siguen siendo inquietantes. Por ejemplo, según datos del INDEC (2018), el menor acceso de las mujeres al trabajo —63 % de las personas inactivas son mujeres y de las personas ocupadas son solo el 43,2 %—; si acceden al mismo las condiciones en todas sus aristas son más bajas: posibilidades de ascenso —28,6% de personas en cargos directivos son mujeres—, inequidad salarial —25% menos que los varones—, trabajo no registrado —36% trabajan en negro—, inequidad en tiempo destinado al trabajo —19% de diferencia—, ya que se ven obligadas a buscar trabajos de tiempo parcial para complementar el trabajo doméstico no remunerado.

En este último caso, según datos del INDEC (2013), el 88,90% de las mujeres son las que llevan adelante las tareas de gestión del hogar y de cuidados, sobre un 57,90 % que realizan los varones. Además, las mujeres trabajamos 6,4 horas diarias en tareas domésticas, mientras que los hombres ocupan solo 3,4 horas. Esta organización machista en el hogar se reproduce en los trabajos, generando trabajos feminizados ligados al cuidado o los servicios y trabajos masculinizados relacionados con el uso de la fuerza.

Simples estadísticas que reflejan aún la fuerte reproducción del estereotipo de mujer cuidadora, que constituye el factor primordial de desigualdad de género en el mundo laboral ya que la principal responsabilidad de la mujer es el trabajo doméstico no remunerado, el cual condiciona su tiempo y posible relación con el trabajo asalariado. Además del desarrollo de este último en condiciones claramente desiguales a los varones.

Las Mujeres hoy somos testigos de cómo la desigualdad de género se profundiza con “el avance tecnológico, la aparición del teletrabajo, la mundialización del capital y la financiación como principal factor de acumulación de riquezas, el mundo del trabajo ha cambiado y ha expulsado a las personas” (3.° Encuentro Nacional de Mujeres sindicalistas, 2019).

Nos resulta inevitable sufrir las consecuencias de un capitalismo en su fase más avanzada, donde se acrecienta cada día el hambre, la precarización y explotación laboral, la ruptura de los vínculos sociales, el dolor de un Pueblo que ve ante sus ojos el aumento de la miseria.

Por eso es fundamental desenmascarar a ese 1 % de la población mundial que se apropia de la riqueza de los y las trabajadoras de todo el planeta —y los gobiernos neoliberales que son funcionales a ese interés—, pero además la urgencia de sostener juntas la esperanza de construir un mundo donde prime la justicia social. Ello nos representa muchos desafíos: profundizar la organización y la construcción de un programa con iniciativa de clase para cambiar todo lo que deba ser cambiado, generar las condiciones para recuperar los gobiernos populares en nuestra región como forma de poner límites al capital en nombre de la justicia social, contribuir cada día con nuestra práctica colectiva a la construcción de un mundo cada vez más humano a través de la unidad, del fortalecimiento de los vínculos sociales, la solidaridad, el trabajo, la hermandad y el amor, pero sobre todo proponernos el sueño de saber que ¡vamos a vencer!

Ese es el feminismo popular que construimos cada día, codo a codo, con cada compañera, el de la rabia de las desposeídas, el de la firmeza de saber quiénes son los que hieren a nuestro pueblo, el de la convicción de que con organización popular no hay imposibles, el del coraje de sabernos inseparables de nuestra clase y de la alegría de mirarnos a los ojos y “comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene consciencia de sus derechos” (Eva Perón).

Como se expresó en el último Encuentro de Mujeres Sindicalistas (2018), las mujeres saben que sin Justicia Social no habrá nunca igualdad de los géneros, porque la primera víctima de este ajuste es la mujer, trabajadora en el hogar, en relación de dependencia o en la economía popular.

Por eso, las mujeres sindicalistas defendemos:

• Nuestras organizaciones sindicales: partiendo de la base colectiva, un sindicato debe reflejar al universo que le corresponde representar. El sostenimiento en el mundo laboral de la segregación por géneros, nos ha llevado a las mujeres sindicalistas a vivir similar situación en las estructuras de los gremios. Pero esto no es responsabilidad de tal o cual dirigente, mucho menos del modelo sindical argentino (que por cierto es el más
eficiente en la defensa de derechos), el problema sigue siendo la ausencia de un Estado que planifique el trabajo con parámetros igualitarios.

• La fuerza de la legitimidad: nosotras venimos a defender como leonas a las organizaciones sindicales, pero también pretendemos hacerlas mejores, más democráticas, más fuertes. Entendiendo que cuánto más legítimo sea un sindicato, cuanto más afiliados y mayores niveles de aceptación social posea, más eficaz será en su misión social, las mujeres sindicalistas comprendemos el rol estratégico que cumplimentamos en este momento histórico. Sabemos que tenemos capacidad para integrar las estructuras de base pero también de conducción, por eso queremos Secretarias de Género pero también Secretarias Generales. Porque cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede, sino que crece la organización.

• La organización vence al tiempo: Uno de los principales desafíos que hoy enfrenta el movimiento de mujeres y disidencias que integramos y del cual nos sentimos plenamente parte, es como institucionalizar las reivindicaciones para hacerlas perdurar en el tiempo convirtiéndose en una realidad efectiva, y además de qué modo construir el ámbito de decisiones estratégicas para influir en la determinación de agenda. Uno de esos lugares es el Encuentro Nacional de Mujeres que se realiza una vez por año desde hace ya 33 años. Pero muchas veces esa agenda es utilizada con fines contrarios a nuestros intereses por los Gobiernos de derecha y los operadores de poderes económicos que necesitan divisiones sociales para evitar el avance del Pueblo hacia una vida mejor.

Frente a ello la salida siempre es la organización y la unidad en las luchas. Por eso miles y miles de compañeras entendemos que debemos unir al sindicalismo con el feminismo en la construcción de una alternativa de país. Porque como decía Evita: “De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social”.

Artículo publicado en el libro Más allá de los Monstruos. Entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer Matías Caciabue y Katu Arkonada (Coordinadores), UniRío editora. Universidad Nacional de Río Cuarto, junio 2019.

* Secretaria de Género y Derechos Humanos del sindicato de Curtidores, integrante de Mujeres Sindicalistas y directora de Políticas de Equidad, Formación Laboral y Políticas de Cuidado del Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de Provincia de Buenos Aires.

(*) cuando hubo un golpe militar, de Menéndez, contra el gobierno democrático de Perón, Evita mandó a comprar armas. Evita las puso en la CGT para armar milicias obreras para defender el proyecto popular. Ella era
una mujer de altas convicciones y también de acción, capaz de dar todo, hasta la propia vida” (Álvarez Rodríguez en Gilardi, 2012). La autora es exministra de gobierno de la provincia de Buenos Aires, actual diputada Nacional
y sobrina nieta de Eva Duarte de Perón. “Evita era una verdadera revolucionaria” (Infobae, 25 de julio de 2012). Recuperado de: https://www.infobae.com/2012/07/25/661148-evita-era-una-verdadera-revolucionaria/ (fecha de
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