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Walsh tras la huella de lo popular

Rodolfo Walsh

Por César «Tato» Díaz* (Fuente: Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata perio.unlp.ar)

Mucho se ha escrito y producido acerca de Rodolfo Walsh. Sin embargo, a 44 años de su asesinato quiero recordarlo, en una faceta que lo enaltece, no solo como escritor, periodista y militante, sino sobre todo, como una persona que poseía profundas convicciones.

Se sabe que Rodolfo tuvo una infancia y adolescencia difíciles. Una vez concluidos los estudios secundarios, comenzó su vida laboral y, simultáneamente, su búsqueda política ideológica que jamás abandonaría.

En ese trayecto, él ha calificado como “pecados de juventud” su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista, agrupación política de la que, probablemente, se alejó por considerarla “aristocratizante”. No obstante, esta experiencia le permitió conocer a J. Masetti y R. García Lupo, a quienes reencontraría en Prensa Latina, aquella legendaria agencia noticiosa que se fundara en Cuba.

El contexto laboral en editorial Hachette, -Capital Federal-y el ámbito universitario que frecuentaba en La Plata, sumado a su casamiento en 1950, lo sumergió en un “visceral” antiperonismo. Imbuido en esta condición política ideológica escuchó aquella conmovedora frase: “¡hay un fusilado que vive!”. Esta revelación generó en él el deseo de investigar lo que había sucedido aquella fatídica noche que lo sorprendió jugando al ajedrez y perturbó su cotidiana vuelta a casa.

En rigor, en esos momentos en el interior de Walsh se libraba una cruel batalla entre su posición política y su inclaudicable deseo de justicia. De modo que la investigación de Operación Masacre y su escritura, le permitieron comenzar a saldar la contradicción. Su compañera de aquel entonces, Enriqueta Muñiz, ha dejado escrito: “mientras esperamos que nos abran [Garibotti] Walsh me dice ‘¡Y luego quieren que dejen de ser peronistas! ¡Si Perón les dio una casita con flores, y estos vienen a sacarlos de ella para llevarlos a un baldío y matarlos como a perros, por la espalda!’”. Enriqueta, quien lo acompañó en toda su pesquisa también anotó en su diario: “me consta que Walsh lo hizo por hombría, por vigor civil y periodístico, y por su demonio interior. Pero lo hizo con altura, plenamente conciente de los riesgos que corría, a sabiendas de que lo llamarían ‘peronista’, conociendo que comprometía su futura carrera literaria, y aún su tranquilidad venidera. Sintió lástima de unas víctimas, sintió vergüenza de su país, sintió el deber imperioso de rebelarse contra la ola de cobarde silencio”. Por supuesto, el escenario estaba plagado de acechanzas, pero aún así Rodolfo lanzó una exclamación que impactó en su interlocutora: “la verdad tiene que llegar al pueblo de cualquier forma”. Objetivo que llevaría hasta sus últimas consecuencias.

En dos de los textos no-ficcionales de Walsh, las indagaciones tienen por objeto descubrir a los culpables de los delitos y conseguir que se haga justicia; pero si esto último fracasa, no es porque no se sepa la verdad, sino porque el sistema y las autoridades que lo encarnan son corruptas. El periodista ha dejado escrito

“investigué y escribí otra historia oculta, la del Caso Satanowsky. Fue más ruidosa, pero el resultado fue el mismo: los muertos bien muertos, y los asesinos probados, pero sueltos”. Para agregar con cierto desánimo: “se comprenderá que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia”. Con todo, el desvanecimiento de esa esperanza, sin duda, lo acercó definitivamente al destino de las grandes mayorías que, por otra parte, son las que sufrían la arbitraria injusticia.

En otra ocasión, finalizada su labor en el semanario de la CGTA y, a propósito de la aparición de un libro suyo, respondía ante la interpelación de Piglia procurando explicar el desarrollo general de la conciencia en ese momento: “hay una cierta evolución en la serie [se refiere a la serie de los irlandeses], en este cuento aparece… una nota política, la primera más expresamente política, porque había una connotación política en todos los otros pero mucho más simbólica e inconsciente. En [Un oscuro día de justicia] se empieza a hablar del pueblo y de sus expectativas de salvación representadas por un héroe, es un héroe que es externo, es decir, no deposita sus expectativas en sí mismo, sino en algo que es externo, por admirable que pueda ser… creo que la clave de la iluminación, de la comprensión sobre la relación política que hay en este caso entre el pueblo por un lado y sus héroes por el otro, está en el final, cuando dice : ‘mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió’ y más adelante ‘el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza—‘. Creo que ése es el pronunciamiento más político de toda la serie de los cuentos y muy aplicable a situaciones muy concretas nuestras”.

En suma, Walsh expresaba taxativamente que era: “imposible hoy en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política o hacer arte desvinculado de la política, es decir si está desvinculado de la política por esa sola definición ya no va a ser arte ni va a ser política”.

Las huellas que dejó el periodista/escritor/militante tras de sí, tienen un inocultable sentido popular que, naturalmente, no está reñido con la belleza y la contundencia de su escritura, pero tampoco con el compromiso con su pueblo. Este compromiso, a menudo, lo llevaba a la incomprensión de sus colegas. En tal sentido, puede resultar elocuente el testimonio proporcionado por el autor de la Patagonia Rebelde a un biógrafo de Walsh:

“- Hay una pregunta que quiero hacerte que nunca entendí – dijo Bayer- ¿Cómo te hiciste peronista si nunca creíste en Perón?

Walsh sonrió y le preguntó: -¿Dónde está el pueblo?

– el pueblo está con Perón, pero no es revolucionario.

Walsh lo miró: Ya veremos. Vamos a cambiar las cosas”.

Esta breve charla mantenida por los dos escritores en el medio de las bulliciosas calles de Buenos Aires, en plena dictadura cívico -militar, permite apreciar la profunda confianza que Walsh confería al pueblo argentino.

De ahí que no eligió el exilio, sino continuar militando clandestinamente en Montoneros a cargo del área de comunicación. Desde allí, idearía herramientas comunicacionales–ANCLA y cadena Informativa- para mantener al tanto de lo que ocurría a la opinión pública y, sobre todo, a los sectores populares, en quienes depositó la responsabilidad de la distribución y reproducción de los materiales informativos confeccionados.

Resulta evidente entonces que Rodolfo Walsh buscó, incesantemente el anclaje con la realidad, a través de la afinidad que profesaba por el pueblo.

*Director del CEHICOPEME de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y director de la Biblioteca de la Honorable Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires.

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