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Suárez y Necochea, ¿la esquina donde nació el tango?

 
Si bien todo tiempo pasado no fue mejor la belle époque y la mística de la calle Necochea jamás podrá ser igualada o imitada. Esta calle del barrio de La Boca fue el epicentro donde la guardia vieja del tango se instaló, en sus pirigundines y cafés. Donde nació, evolucionó y desarrolló la esencia del tango al compás del 2×4 como esos «Tres Amigos» de Cadícamo que aún se esperan en esta esquina sureña. 
Por NORMA ROSA TORELLO *
 
Nacido a fines del siglo XIX,  se convierte el tango en la segunda década del siglo XX en uno de los géneros musicales reconocidos por su potencia y sentimiento, por el mundo entero.
No solo es  música, también es una danza. Enrique Santos Discépolo, uno de sus máximos poetas, definió al tango como «un pensamiento triste que se baila».
¿Pero dónde nació el tango? Es difícil ubicar su génesis concreta pero sin lugar a dudas la calle Necochea de La Boca tiene sobrada valía para ser uno de los lugares porque allí, todo olía  a canción porteña.
La gravitación ambiental (piringundines y cafés con palcos y camareras) que conformó la calle Necochea tiene sello de tango, la voz y el movimiento  de la ciudad de Buenos Aires.
Dos calles daban fama a la Boca: Necochea (o Cammín Veggio, según los genoveses) y Brown, que era el Camino Real. En Necochea, en 1885, nació Juan de Dios Filiberto. Calle de tango, por eso y porque en Suárez y Necochea tocaba la guitarra y la armónica Angel Villoldo, el inspirado cantor, bailarín, compositor y poeta.
La Boca fue barrio de tango, «zona de los negros», según Nicanor Sagasta, de gente aficionada al candombe. Allí se escucharon los primeros tanguitos, cerca de la laguna del Piojo.
La primera casa de baile la instaló el toscano José Tancredi en 1878, en Olavarría 287. La segunda, fue la de Zani, en Suárez y Necochea. Otro «peringundín» fue el de Castañeda, en la calle Brandsen y otro el de Nani, en Almirante Brown.
El barrio de La Boca era en tiempos de la colonia, y aún entrados los primeros años de vida independiente, un sector alejado de la ciudad, constituido por terrenos bajos y pantanosos.  La inmigración que cambió estructuralmente a nuestro país, produjo modificaciones sustanciales en todos los barrios de la ciudad pero a ninguno cambió tanto como a éste, al que le dio características tan propias que podemos afirmar, sin duda alguna, que lo transformó en un pueblo aparte.
La Boca fue refugio de los negros que  se afincaron en el lugar escapando de la esclavitud, en las zonas de pajonales y lagunas, lugar al que resultaba muy difícil acceder desde el centro de la ciudad.
Estaban también los hombres que del interior venían en los barcos que amarraban en la ribera  y los criollos de la ciudad que llegaban al barrio por el “camino viejo”o “cammin vegio” denominación de la actual calle Necochea, la arteria que comunicaba con el casco antiguo de la ciudad.
La Boca tiene su riqueza cultural más grande por su mixtura de razas, un panorama urbano atípico,  con viajeros que venían en los buques de ultramar y los que hacían las costas de los ríos Paraná y Uruguay.
La gente, la música  y en especial esa melodía que comenzaba a tener identidad propia, el tango, se instalaron definitivamente en el barrio y más precisamente en su calle principal, Necochea, centro de la vida comercial y de todas las actividades buenas y malas que transcurrían en La Boca.  La calle estaba poblada  de cafés y otros lugares de diversión, y vida disipada.
En la  Comunicación Académica Nº 319, de la Academia Porteña del Lunfardo, con fecha junio de 1969,  Antonio J. Bucich, describía sus “Recuerdos de una esquina boquense: Suárez y Necochea”.
Señalaba “la fascinación que le producía el `lamparista´, que encendía la mecha de los faroles; el andar del compadrito que salía del   conventillo de la calle Suárez pegado a la esquina mencionada, que con “paso lerdo, contoneándose, con cuidadoso vestir, ropaje muy ceñido, pantalón embobillado, saco oscuro y pañuelo blanco anudado al cuello y a menudo, una flor reposando sobre la oreja “se alejaba dejando un cortejo de miradas”. 
Describe también Bucich, sus vivencias de niño habitante de esa zona, respecto a la mítica esquina y por ese testimonio,  recibimos  información sobre lo que él llama “la máxima resonancia de ese mundo» que fue el Café del Griego o Café de Vardaka o Bardaka, con un pequeño palco y un trío de pianista, violinista y bandoneonista.  Ese café también llamado  Café Royal  que se ubicaba en la esquina del sudeste, fue en el que debutó Francisco Canaro junto a Samuel Castriota y Vicente Loduca, allá por el año 1908.
El café, caracterizado por sus grescas entre guapos de las orillas y patotas bravas, fue también en el año 1909, el lugar donde Eduardo Arolas se encontró con el ya mencionado Francisco Canaro y a pedido de la concurrencia el “tigre del bandoneón» ejecutó su primer tango, que fue por supuesto el primer éxito de su corta pero extraordinaria carrera de músico.  El tango en cuestión fue “Una noche de garufa” al que “Pirincho “llevó al pentagrama, ya que Arolas todavía no sabía escribir las notaciones musicales, lo que da idea de la magnitud de su genio de compositor.
En esa misma esquina, se ubicaba otro café que también tuvo estrecha relación con Eduardo Arolas, nos referimos al  Café Bar La Popular.  Su propietaria era una mujer de singular belleza y de gran calidez humana, conocida, con el apelativo de “La Popular”.    Según cuenta la historia, la dama se hallaba perdidamente enamorada del célebre bandoneonista  pero el joven músico no la correspondía.
A unos cuarenta metros de la esquina, por la calle Suárez, precisamente en el número 275 se hallaba otro de los cafés que hicieron historia, nos referimos al Café La Marina, donde el tango y la pasión eran acompañados por las notas que surgían del bandoneón del  “tano” Genaro Spósito a quien acompañaban Agustín Bardi en el piano y el “tuerto”José Camarano en guitarra.  Frente a este local existía otro café, también con una rica historia para el tango, nos referimos al café de Teodoro, en el que hiciera sus primeras presentaciones don  Roberto Firpo, el músico que marcó una nueva etapa en el tango  al incorporar el piano a las orquestas típicas.
Por último digamos que, sin datos que puedan precisar el lugar exacto, se hallaba en torno a la mítica esquina, el café Edén donde hicieron escuela los hermanos Greco, Vicente y Domingo junto a otro talentoso músico de la guardia vieja, Ricardo Gaudencio.
Según narra el historiador de La Boca, Antonio J. Bucich  “Hacia 1860 se instaló en la esquina de Suárez y Necochea uno de los primeros “piringundines”del barrio.  Bucich usa la palabra “piringundín “en lugar de “peringundín “porque, según manifestó, así emplearon el vocablo los viejos cronistas de La Boca.
En torno al mítico epicentro de la vida bulliciosa y disipada del barrio se encontraban otros establecimientos que dieron fama a La  Boca, tal el caso del bailetín de Tancredi, que alguna información lo sitúa en sus orígenes, al arribo del toscano José Tancredi en la esquina en cuestión, pero que se hizo famoso en su ubicación definitiva de Olavarría al 200, cerca, por supuesto, del “cammin vegio”.  Casi enfrente se situaba el bailetín de Nani, otro famoso local de baile de la época.  Próximo a éstos, por la calle Necochea en su intersección con la calle Progreso (hoy Pinzón), se hallaba el cafetín de “Mascarilla”, como se conocía al padre de Juan de Dios Filiberto.
De Ángel Villoldo, autor del emblemático tango “El Choclo” y apodado por sus aportes al género el “Padre del Tango”, se conocen de sus frecuentes visitas a la zona ribereña.
La Avenida Almirante Brown, el cammin neuvo,  desplazó a la calle Necocheacobrando notoriedad. Trabajadores se afincaron en los  conventillos de lugar, los compadritos de entonces fueron diluyéndose y solo quedó, la historia de una calle boquense, Necochea, que hoy se intenta recuperar,  de brillo peculiar en su vida nocturna, lugar donde el  tango y la búsqueda del placer reinaban, tanto es así que fue llamada “la calle del pecado”.
Por lo expuesto y por su historia la calle Nechochea,  es leyenda para la cultura ciudadana, merece esta arteria del sur de la ciudad volver al esplendor que otrora la vio brillar. Como dice este fragmento de los versos del tango “Tres amigos” letra y música de Enrique Cadícamo, de 1944:
De mis páginas vividas, siempre llevo un gran recuerdo
mi emoción no las olvida, pasa el tiempo y más me acuerdo.
Tres amigos siempre fuimos
en aquella juventud…
Era el trío más mentado
que pudo haber caminado
por esas calles del sur.
¿Dónde andarás, Pancho Alsina?
¿Dónde andarás, Balmaceda?
Yo los espero en la esquina
de Suárez y Necochea…
 
* Directora Periódico Conexión 2000 Arte y Cultura
Bibliografía: Alejandro Molinari. Antonio Bucich

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